El Sueño del Padre Berthier

El día 16 de octubre recordamos la muerP. Berthierte del P. Berthier.  La memoria de ese acontecimiento se presenta como una invitación inexcusable para escuchar y acoger con inteligencia, gratitud y responsabilidad  las últimas palabras que él nos dejó como expresión de su experiencia, convicciones, deseos y sueños.

Cinco años antes de su muerte, justo antes de las primeras ordenaciones de sus discípulos, Berthier señalaba su confianza de que al morir, dejaría un razonable número de hijos, y testimoniaba: “ a todos os tengo mucho cariño y mi gran dolor es pensar que algunos podrían no perseverar en la vocación religiosa y en el temor de Dios”.   Para dejar orientaciones claras sobre el camino que deberían seguir sus hijos, el “pequeño rebaño” que tanto amaba, el Fundador escribió un breve Testamento, que firmó el día 27 de febrero de 1903.

El P. Berthier escribe sobre la relación entre los Cohermanos:   “espero que perseveren en unión de espíritus y corazones”.  El estaba convencido de que el amor, el celo, la ayuda mutua, la alegría por el éxito de los Cohermanos, y hasta una sana competitividad para superar a los demás en el amor y el celo, hacen  la vida comunitaria más llevadera y constructiva.  Recuerda que “en todas las fases de la vida necesitamos de un ángel de la guarda, y la vida en comunidad ofrece esa protección”.  Y recomienda que no se deje solos a los Cohermanos  que están desanimados en el trabajo  y que todos estén dispuestos a trabajar con ellos.

Cuando se refiere a los formadores, el Fundador pide “un gran celo para llevar a la santidad a los que están a su cargo, una vigilancia sin descanso para preservarlos de todo mal y para conservarlos puros”.   Subrayando la gran responsabilidad que tienen los formadores, Berthier llega a decir que es mejor no formar  misioneros, que formar misioneros mediocres.

Y dirigiéndose a todos sus discípulos, Berthier recuerda que “sin fidelidad a los ejercicios previstos en la Constitución (oraciones, breviario, lectura comunitaria, acción de gracias, examen de conciencia, confesión frecuente…) el misionero será un soldado sin armas, y por consiguiente, sin defensa”.  Y pide a todos que ninguno desperdicie el tiempo en caprichos inútiles y que todos asuman responsablemente su proceso de formación permanente.  “La falta  de estudio conduce al cansancio en el servicio de Dios, la negligencia en el servicio pastoral y, frecuentemente, la incapacidad de ejercerlo de forma provechosa”.

En el Testamento P. Berthier se ocupa también de  la relación con los Superiores: pidiendo a todos que les manifiesten “respeto y confianza”, pues piensa que “si alguien no ve a Dios en los Superiores, si la voluntad de los Superiores no es la regla de conducta y del bien a realizar”, el camino de la vida religiosa o de la santificación personal “pierde su piedra angular y todo se desmorona”.  Está claro que eso supone que los Superiores  han de conocer y amar a sus Cohermanos, han de asimilar en profundidad el carisma y deben  habituarse a discernir la voluntad de Dios en las Escrituras, la Constitución, los mensajes de la Iglesia,  y en las alegrías y tristezas, las esperanzas y angustias de la humanidad.

En fin, el P. Berthier abre su corazón con sencillez, sabiduría y afecto: “Mi gran sueño fue ver el crecimiento de esta obra de las vocaciones apostólicas.  Yo espero que después de mi muerte, todos aquellos que yo formé se impliquen  con todo el  corazón en esta obra y la hagan prosperar más que lo que yo lo hice.  Háganlo en la pobreza, en la sencillez y el trabajo, que siempre me parecen los medios más seguros para atraer la bendición de Dios y la ayuda de los bienhechores.”

Vale la pena volver sobre estas palabras.  Son expresión del modo sencillo, afectuoso y claro, el espíritu con que el Fundador quiso impregnar a ese “pequeño rebaño” que él reunió en torno a sí y que envió para realizar su sueño misionero.  Que estas palabras nos iluminen y sustenten en el desafío para  realizar ese carisma con fidelidad y creatividad.

P. Itacir Brassiani msf